en este articulo quiero exponer uno de los motivos por el cual debemos amar al projimo. Afirma san Pablo: “pues ustedes son el Cuerpo de Cristo, y
cada uno una de sus partes” (1cor, 12,27). “Es un hecho la unión de los
cristianos con Cristo para formar el Cristo total, es decir, un solo cuerpo,
cuya Cabeza es Cristo, y nosotros – incorporados a Él- los miembros de ese
cuerpo.”[1]
Junto a Cristo, todos los cristianos formamos un solo cuerpo, cuerpo que es
inseparable de la cabeza y -siendo Él la cabeza- se haya presente en cada uno
de sus miembros en cuanto que es quien le da vida a cada miembro, por tanto,
pertenecer a Cristo es amarle y –si sé le ama- se le ha de amar totalmente, es
decir, debemos amar a cada una de sus partes: el prójimo. Está unión se puede
ver desde varios sentidos, pero aquí nos ocuparemos solamente del sentido
sacramental de esta unión.
“Jesús ha perpetuado su acto de
entrega en la cruz, por amor nuestro, en la Eucaristía…, en ella el “Logos”, se
ha hecho para nosotros verdadera comida…, no recibimos al logos encarnado de
modo pasivo, sino que en ella Cristo nos implica en la dinámica de la
salvación…. Lo que antes –en el Antiguo Testamento- solo era una contemplación,
ahora se trasforma en unión intima.”[2]
La Eucaristía nos une realmente a Cristo, pero nos une al Cristo total, es
decir, a la Cabeza y los miembros de ese cuerpo, de ahí que la Eucaristía tenga
también un carácter social ya que “la unión con Cristo es al mismo tiempo unión
con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo solo para
mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo
serán.”[3]
La unión sacramental con Cristo
por la Eucaristía nos une a Él verdaderamente pero, no de forma egoísta hasta
el punto de que ya no nos interese el entorno, sino –al contrario- nos
humaniza, hace que pongamos los pies sobre la tierra pero con el corazón puesto
en Él, de modo que, teniendo el corazón en Él -que es fuente de gracia- sea purificado nuestro amor por Él y por el
prójimo, para que tengamos –también- los pies sobre la tierra reconociendo –en
los otros que también se han unido a Cristo- a nuestro prójimo. “Esto significa
que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y
mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra
existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el
mal.”[4]
“La Sagrada Comunión nos hace
salir de sí mismos para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con
todos los cristianos. Nos hacemos “un cuerpo”, aunados en una única
existencia.”[5] Si
la Eucaristía nos une a los otros, no es para estar unidos por puro gusto, sino
para compartir con Cristo la misma vida que Él nos ofrece, para tener la misma
suerte que Él, para tener los mismo sentimientos que Él, para olvidarme de mí,
y salir en busca del otro, porque sé que
en el otro encuentro –no un humano más- sino a quien Cristo –al igual que ha
hecho conmigo- ha unido íntimamente a Él.
En el momento de la Comunión Eucarística,
nos deberíamos de entristecer tanto cuando nos atrevemos a comulgar a Cristo,
sabiendo que –exteriormente- no estamos en paz con el prójimo. A veces
divididos por riñas tontas, o problemas minúsculos que nosotros agigantamos,
incluso por buscar solo nuestros bienes y no sacar la cabeza de nuestro
caparazón para ver al otro, al hermano que sufre o que llora su soledad, su crisis, el rechazo, que ha perdido la
esperanza…etc. La comunión con Cristo
nos dice en el interior: “cada persona
que conoces está luchando con sus propios problemas". Se amable con todas las
personas, ayúdalos, compadécete de ellos. Tal vez no seas capaz de resolver sus
problemas, pero tu bondad y cercanía quizá sea el milagro que estaban
esperando.”[6]
Luchemos por amar al projimo cada día más, no por nosotros, ni por ellos mismos, sino por Dios.
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