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lunes, 12 de mayo de 2014

La presencia de Cristo en el prójimo:

     

en este articulo quiero exponer uno de los motivos por el cual debemos amar al projimo. Afirma san Pablo: “pues ustedes son el Cuerpo de Cristo, y cada uno una de sus partes” (1cor, 12,27). “Es un hecho la unión de los cristianos con Cristo para formar el Cristo total, es decir, un solo cuerpo, cuya Cabeza es Cristo, y nosotros – incorporados a Él- los miembros de ese cuerpo.”[1] Junto a Cristo, todos los cristianos formamos un solo cuerpo, cuerpo que es inseparable de la cabeza y -siendo Él la cabeza- se haya presente en cada uno de sus miembros en cuanto que es quien le da vida a cada miembro, por tanto, pertenecer a Cristo es amarle y –si sé le ama- se le ha de amar totalmente, es decir, debemos amar a cada una de sus partes: el prójimo. Está unión se puede ver desde varios sentidos, pero aquí nos ocuparemos solamente del sentido sacramental de esta unión.
                “Jesús ha perpetuado su acto de entrega en la cruz, por amor nuestro, en la Eucaristía…, en ella el “Logos”, se ha hecho para nosotros verdadera comida…, no recibimos al logos encarnado de modo pasivo, sino que en ella Cristo nos implica en la dinámica de la salvación…. Lo que antes –en el Antiguo Testamento- solo era una contemplación, ahora se trasforma en unión intima.”[2] La Eucaristía nos une realmente a Cristo, pero nos une al Cristo total, es decir, a la Cabeza y los miembros de ese cuerpo, de ahí que la Eucaristía tenga también un carácter social ya que “la unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo solo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán.”[3] 
                La unión sacramental con Cristo por la Eucaristía nos une a Él verdaderamente pero, no de forma egoísta hasta el punto de que ya no nos interese el entorno, sino –al contrario- nos humaniza, hace que pongamos los pies sobre la tierra pero con el corazón puesto en Él, de modo que, teniendo el corazón en Él -que es fuente de gracia-  sea purificado nuestro amor por Él y por el prójimo, para que tengamos –también- los pies sobre la tierra reconociendo –en los otros que también se han unido a Cristo- a nuestro prójimo. “Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal.”[4]
                “La Sagrada Comunión nos hace salir de sí mismos para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos “un cuerpo”, aunados en una única existencia.”[5] Si la Eucaristía nos une a los otros, no es para estar unidos por puro gusto, sino para compartir con Cristo la misma vida que Él nos ofrece, para tener la misma suerte que Él, para tener los mismo sentimientos que Él, para olvidarme de mí, y salir en busca del otro,  porque sé que en el otro encuentro –no un humano más- sino a quien Cristo –al igual que ha hecho conmigo- ha unido íntimamente a Él.
                En el momento de la Comunión Eucarística, nos deberíamos de entristecer tanto cuando nos atrevemos a comulgar a Cristo, sabiendo que –exteriormente- no estamos en paz con el prójimo. A veces divididos por riñas tontas, o problemas minúsculos que nosotros agigantamos, incluso por buscar solo nuestros bienes y no sacar la cabeza de nuestro caparazón para ver al otro, al hermano que sufre o que llora su soledad,  su crisis, el rechazo, que ha perdido la esperanza…etc.  La comunión con Cristo nos dice  en el interior: “cada persona que conoces está luchando con sus propios problemas". Se amable con todas las personas, ayúdalos, compadécete de ellos. Tal vez no seas capaz de resolver sus problemas, pero tu bondad y cercanía quizá sea el milagro que estaban esperando.”[6]

Luchemos por amar al projimo cada día más, no por nosotros, ni por ellos mismos, sino por Dios.



[1] Cfr. Ibíd. Pág. 370.
[2] Cfr. BENEDICTO XVI,  Encíclica Deus Caritas Est, ediciones Palabra, Madrid 2006, 3ra edición n. 13.
[3] Cfr. Ibíd. N. 14.
[4] Op.cit. BENEDICTO XVI, Mansaje para la cuaresma 2012.
[5] Cfr. Op.cit. Deus Caritas est. N. 14.
[6] Frase nada teológica pero cierta, sacada de una página de Facebook llamada: Reflexiones y Lecturas para Meditar.

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