Condicionado por el mundo actual es necesario tratar el tema del “amor a sí mismo”, ya que como podemos constatar en nuestro medio que muchos pecan de amarse excesivamente, esto comprobado en el individualismo, en el egoísmo, etc., que hacen que nos olvidemos de los demás, y –otros- pecan de no amarse a sí mismos, esto se nos hace palpable en: la pornografía, el sexo que destruye, el alcoholismo, la drogadicción. Esta es la razón por la que quiero hablar del amor a sí mismo. Hay que encontrar la virtud al hablar de ese amor para que no lo subestimemos ni lo sobrevaloremos sino que encontremos su punto medio.
·
Lo positivo del amor a sí mismo
El
precepto del amor a sí mismo:
Alguno podría pensar: ¿Cómo puedo amarme a mí mismo si el amor ante
todo es amistad, es decir reciprocidad? Es bueno hacerse esta pregunta que
también es lógica, pero podemos acudir a la Sagrada Escritura para ver cómo es
posible el amor a sí mismo: “Amarás a tu
amigo como a ti mismo” (Lev 19,18). La medida del amor al prójimo es el
amor a sí mismo, es decir, debo amarme yo antes para poder amar a los otros ya
que “Al amigo le amamos por caridad y por caridad nos amamos a nosotros mismos.”[1]
“Lo amistoso para con otro depende de lo amistoso para con uno mismo”.[2]
El amor a sí mismo está incluido en el precepto del amor al prójimo, Santo
Tomás llegará a las siguientes conclusiones para probar “el amor a sí mismo”:[3]
1.
“El hombre está obligado a
amarse a sí mismo con verdadero amor de caridad”. El amor a nosotros mismos
está expresamente preceptuado en la Sagrada Escritura: “Amarás a tu prójimo
como a ti mismo” (Lev. 19, 18 y/o
Mt. 22, 39). Dice Santo Tomas, que al hablar de una verdadera amistad
debe entenderse en dos sentidos:
a.
amistad en general y amistad
con Dios. Si hablamos de la amistad en general
hemos de decir que no se puede hablar de amor de amistad, ya que esta supone
multiplicidad de personas, es decir, se es amigo de otro sujeto. El amor a sí
mismo es algo más grande que el amor de amistad. La amistad busca la unión perfecta con el que
es amado, ya que el amor tiende hacia la unidad. Así como la unidad es el
principio de la unión así –también- el amor con que uno se ama a sí mismo es la
forma y la raíz de la amistad. [4]
No se puede decir que una persona que no se
ama a sí misma ame al prójimo, ya que -el mismo Señor- pone el amor a sí mismo como el principio de ese amor al
prójimo: amo al prójimo porque antes me amo a mi mismo. Tengo que pasar por la
experiencia de amarme a mí mismo, para gustar de la experiencia de amar al
prójimo, es un precepto que va de la mano y que lo supone ya el amor al
prójimo, que también supone la amistad con Dios: el amor a Dios.
b.
En razón propia y especifica de
la caridad -que es la amistad para con Dios- el hombre debe amar no solamente a
Dios, sino también todas las cosas relacionadas con Él, entre las que se
encuentra el hombre mismo, que ama a Dios.[5]
Amamos a Dios y porque amamos a Dios amamos todo lo que con Él está relacionado;
uno mismo está relacionado con Dios en cuanto que no solo ama a Dios sino que –también-
es amado por Él. La amistad es ante todo comunión y en cuanto que es comunión
el hombre ama todo lo que el amigo ama –aun cuando no sea amado por todo lo que
el amigo ama-. De ahí que el hombre deba amarse: porque Dios le ama y él ama a
Dios. El hombre en razón de la unión de amistad para con Dios se siente llamado
a amarse a sí mismo y amar a todos los hombres.
2.
“En igualdad de órdenes y de
circunstancias, el hombre tiene obligación de amarse a sí mismo más que a su
prójimo; el hombre debe amarse espiritualmente a sí mismo más que a su prójimo…
pero debe amar y preferir el bien espiritual del prójimo más que su propio bien
corporal”[6]
Dividiremos esta conclusión de Santo Tomás en dos partes:
a.
El hombre debe amarse
espiritualmente a sí mismo más que a su prójimo. El fundamento de la caridad
–dice Santo Tomás- es Dios como suprema bienaventuranza del hombre, por lo que
estamos obligados a amarle a Él en primer lugar y después a todos los que han
de participar de la bienaventuranza eterna. El hombre según su naturaleza
espiritual, ha de participar directamente de esa bienaventuranza, mientras que
el prójimo será su compañero en la participación de esa inmensa felicidad.[7]
La participación de la salvación eterna es algo personal entre Dios y el
hombre, el hombre ha de participar de esa gloria personalmente, no es algo que
se gane por méritos de otro, por lo que el hombre ha de quererse
espiritualmente a sí mismo con la vista puesta en la participación de la gloria
futura, es decir, no egoístamente, sino en relación a su salvación. Ha de amarse más a sí mismo con relación a su
bien espiritual; luego ha de amar a los hombres porque ambos –aunque
personalmente-[8]
han de participar de la gloria.
“Hay
que decir –ahora- que el hombre no debe cometer jamás un pecado…para librar al
prójimo de cometer un pecado.”[9]
Con esto no se quiere decir que hemos de amar solo a los que han de salvarse,
ya que todos estamos llamados a la salvación, que la alcancemos o no es otra
cosa distinta, pero todos estamos llamados a luchar por conquistar la gloria,
por tanto, han de amarse a todos los
hombres ya que la bienaventuranza se extiende a todos aunque no todos la
alcancen.
b.
“El hombre debe amar y preferir
el bien espiritual del prójimo más que su propio bien corporal.”[10]
Tiene supremacía lo espiritual y ante esto el hombre debe amarse siempre más a
sí mismo que al prójimo, no así en lo corporal, ya que en lo corporal no ha de
querer el hombre otra cosa que el bien espiritual de su prójimo, hacerle la
vida más llevadera y ayudarle a alcanzar su felicidad no solo la eterna, sino
también, la temporal.
Espero que estas pequeñas reflexiones tomadas de un trabajo hecho por mi persona, y llamado "Dios el golpe de enrgía para el que está sin batería. sobre la caridad Cristiana" puedan ayudarles a amarse cada día más. saludos.
[3] Cfr. Op. Cit. ROYO MARIN, A. Pág.
300
[8] Personalmente en
cuanto que ha de ganarse el premio de la vida futura con la gracia de Dios,
pero, personalmente, nadie lo puede hacer por uno.
[3] Cfr. Op. Cit. ROYO MARIN, A. Pág.
300
[8] Personalmente en
cuanto que ha de ganarse el premio de la vida futura con la gracia de Dios,
pero, personalmente, nadie lo puede hacer por uno.